
Desde la tapa del ataúd de granito de Ramses III, tallas en calcita de Asurnasirpal II un rey asirio recordado por su cruel mandato, momias egipcias, estatuas griegas en mármol del 1-100 d.C, tejidos y joyas hasta pinturas de monet, renoir, Cezanne.
Estar dentro del Museo Fitzwilliam es estar en salones llenos de historia: tejidos antiguos que evocan los diseños que aún se venden en los mercados de hoy, figuras de reyes y gobernantes tiranos que castigaban a sus pueblos con impuestos desmedidos y masacres que los convertían en “vencedores”. Todo ello nos hace ver que, aunque han pasado los siglos, la historia parece continuar casi intacta.
Al recorrer los pasillos del Museo Fitzwilliam es inevitable pensar en la vida misma, frente a antigüedades y objetos que, aunque obsoletos en el mundo moderno, siguen cargados de significado por que la humanidad sigue siendo en esencia la misma. Lo cierto es que este vasto universo reunido en un solo lugar nos invita a imaginar, a sumergirnos en un mundo de referencias desde el cual volver a recrear a los personajes que marcarán la historia.

En su interior, no solo podemos sentir horror al ver las momias o leer sus historias; también puede invadirnos una sensación de desesperanza al reconocer que muchas de esas batallas aún se repiten en la actualidad. Sin embargo, en un mundo lleno de matices, la belleza también perdura a través de los años, especialmente en las pinturas. La experiencia de visitar este espacio nos recuerda la sutil delicadeza con la que los maestros supieron trazar sus obras, la de aquellos hombres que, a lo largo de la historia, han sabido dibujar esperanza y como el arte trasciende mucho más que la política y lo social.